Suburbia Apo



Relato original



I






Tardó unos segundos en acostumbrarse a la mortecina luz de aquel lugar. El ambiente rezumaba polvo y humedad. Al fondo dos "krusties" andaban a la greña por unos gramos de tabaco reseco mientras el "encargado" les observaba con mala cara. En la puerta de las letrinas un estraperlista de "la hermandad" ofrecía su mercancía a todos los que quisieran oírle: "Antibióticos, pilas semi usadas, latas de conserva en buen estado..."
 
Optó por ignorarlos y se dirigió a buen paso a una de las muchas mesas libres que había al fondo de aquel antro (a decir verdad, el único donde poder "comerciar" en condiciones en muchas millas a la redonda), por un momento atrajo la atención de los "krusties" pero pronto volvieron a enfrascarse en su disputa. Se sentó y esperó.
 
Al cabo de unos minutos alguien más entró al local y notó como le buscaba con la mirada. Se acomodó a su lado y ambos dejaron pasar unos segundos mientras se observaban.

"Eres un hijo de puta con suerte y lo sabes, aún no se como escapaste con vida la última vez, solo espero que esta vez no me hayas hecho venir para nada"- dijo el recién llegado

"Aquellas latas estaban en buen estado, al menos cuando me hice con ellas, siento mucho que se deterioraran antes de poder entregártelas..."

"Tonterías, aún me debes mucho y no precisamente por aquellas latas. Ni siquiera sé porqué pierdo el tiempo con una rata como tú, tengo mejores cosas que hacer..."-dijo mientras hacía ademán de levantarse.

"Espera, necesito antibióticos y una navaja..."

"¡Juas, y yo una mujer joven y guapa! Ya te lo he dicho, aún tenemos deudas pendientes; además, aunque no las tuvieras dudo que pudieras pagarme algo como una navaja, no tienes nada que me interese..."

De repente, su interlocutor extrajo algo de uno de sus bolsillos; era un tarro diminuto de cristal con tapa metálica que contenía un polvillo blanco.

El recién llegado lo miró con interés y dijo:

"¿Yeso? podría interesarme, pero con esa cantidad tu deuda sigue insatisfecha y vas a necesitar mucho más para que te de una navaja en condiciones..."

"No es yeso"- dijo su interlocutor- "y se donde encontrar más, mucho más"- dijo el desconocido bajando el volumen y recalcando sus últimas palabras.

Uno de los krusties pareció intuir algo de la conversación que se desarrollaba unas mesas más a su izquierda pero rápidamente su compañero trató de arrebatarle algo y volvieron a enzarzarse en una acalorada discusión.

El "recién llegado" volvió a sentarse mientras el "desconocido" guardaba entre sus ropas el bote de cristal.

"Y bien"- dijo bajando el volumen -"si no es yeso ¿qué es, entonces?"

"Azúcar"- respondió el desconocido -"Azúcar blanquilla de primera calidad..."

El palillo que el "recién llegado" llevaba en la comisura de los labios tembló por un momento y cayó mientras una sucesión muy rápida de pensamientos parecía cruzar su mente.

"Espera"- le dijo y se dirigió a la barra. Habló unos segundos con el "encargado" y éste le señaló una corroída puerta a su derecha con una inclinación de cabeza. Volvió y conminó al desconocido a que le siguiera.

Pasaron al "reservado" y se situaron junto a un montón de trapos viejos y sucios mientras el "recién llegado" pedía volver a ver el contenido de aquel tarro. El "desconocido" lo extrajo de nuevo y lo entregó al tiempo que le decía:
 
"Quédatelo, por las molestias y dame algunos antibióticos también para no salir perdiendo demasiado"- le indicó.

Con aire distraído "el recién llegado" sacó unos comprimidos con su mano izquierda y se los entregó al "desconocido" mientras con la otra abría el tarro e introducía en él un dedo que previamente había chupado.

Probó aquellos cristales blancos y un torrente de recuerdos perdidos atravesaron su mente al tiempo que un latigazo de energía recorría su espinazo.

"¡Dios!"- dijo tratando de no gritar demasiado -"Tenías razón, y es puro. ¿De donde lo has sacado, bastardo?"

"Todo a su tiempo" -respondió el "desconocido"- "¿tienes lo que necesito?"

"Por supuesto, ¿Cuánto azúcar puedes conseguir?"

"Quiero una navaja, si puede ser multiusos mejor, y también una brújula, una cantimplora, todas las latas que puedas conseguir y medicamentos, voy a necesitar muchos más que los que me has dado..."

"Espera, espera, espera" -le interrumpió el recién llegado- "todo eso que me pides cuesta una fortuna, y hay algunas cosas que no tengo, necesitaré algo de tiempo..."

"Nada de espera, ¿qué puedes conseguirme?"

"Dame un día al menos, veámonos aquí mañana, vienes al almacén y echas un vistazo ¿qué me dices?"

El desconocido meditó unos segundos, no se fiaba de aquella rata, pero ¿qué otra opción le quedaba...?

"De acuerdo, nos encontraremos mañana aquí mismo."

(continuará)






II






El "desconocido" abandonó el lugar y emprendió el camino de vuelta. A su espalda, a lo lejos, la metrópolis ya abandonada filtraba la luz solar entre las ruinas de los grandes edificios. Un mar de polvo y desolación flotaba allí en el ambiente. Las enormes urbes vacías seguían siendo un peligro, con sus construcciones indecisas entre el derrumbe y la caída gradual. Afortunadamente, había pasado el tiempo necesario para evitar contagios y enfermedades por los restos humanos que allá quedaron.
Durante años, el temor a contraer el cólera, el tifus o alguna otra afección, había sido suficientemente disuasorio para todos aquellos necesitados y harapientos que recorrían la tierra muriendo a cada paso. Cuando la situación se estabilizó alrededor de los primeros asentamientos, y hubo pasado el principal riesgo de infección, solo los más locos o desesperados se aventuraron entre las ruinas buscando cosas de valor. El "desconocido" era uno de aquellos "cazadores de joyas" y no de los malos precisamente, aun cuando su principal defecto siempre fuera el mismo: actuar solo en lugar de hacerlo en manada, como todo "hijo de vecino" comenzara a hacer cuando las cosas se precipitaron.

Absorto en sus pensamientos, el desconocido cruzó el zoco donde cualquiera podía intercambiar mercancías de dudosa calidad por otras no mucho mejores y al llegar a la plaza principal bordeó el "edificio" de "la hermandad" en dirección al pozo. Al pasar junto a ellos, los guardas le miraron con mal disimulada hostilidad, buscando la ración de sadismo que les había sido negada durante la mañana. Hizo caso omiso a sus provocaciones y en unos minutos se hallaba en la cola que daba acceso a la cenagosa agua del (único) pozo del asentamiento.

Otros guardas de la "hermandad" se encargaban allí de mantener la paz entre los que esperaban su turno para beber a la vez que se aseguraban que todos pagaban lo estipulado para hacer uso del preciado elemento. El pago, como siempre, variaba en función de la persona que quisiera beber, "el sacerdote" que se encontrara vigilando el cobro, los guardas que le acompañaran custodiándolo y la cantidad de agua requerida.

Habitualmente bastaba algo de trigo para saciar la sed, pero si se andaba buscando llenar un recipiente, como por ejemplo un cántaro, el precio se incrementaba ostensiblemente.

Negoció con el "clérigo" y entregó una pila que el hombre comprobó de inmediato en una pequeña linterna que llevaba cuidadosamente envuelta en unos trapos. La luz flaqueaba; aún así, a regañadientes, la aceptó como pago y permitió el acceso al "desconocido".

Después de beber y llenar un pequeño frasco, caminó hacia las afueras del asentamiento. Dejó atrás las últimas chabolas y salió a campo abierto. Empezó a comprobar de forma rutinaria que nadie le seguía y cuando estuvo totalmente seguro de ello cambió de dirección y se dirigió hacia el norte.

Atravesó campos perdidos repletos de maleza y rodeó una antigua urbanización con sus ruinosos adosados y jardines. Al bordear un pequeño cerro por la carretera agrietada y llena de baches llegó a su destino.

Hacía unos meses que había encontrado esta joya y por supuesto, no la había compartido con nadie. Era una gasolinera que había sido saqueada, sin lugar a dudas, durante los primeros días de la "Gran Escasez". Quizá por ello había sido descartada como posible objetivo para posteriores ataques. Allí, detrás de unas cajas, entre la mugre, el desconocido había encontrado una puerta que, obviamente, había pasado desapercibida para los asaltantes.

Era el sótano y almacén del establecimiento. Dedicó algo de tiempo a revisar lo que allí había, a limpiarlo y a desechar lo que estuviera en mal estado y el resultado fue sorprendente: Varias cajas de latas de conserva en perfecto estado, pilas sin usar, un par de linternas en su envoltorio original, mapas, azúcar, envases de plástico, herramientas...

Había encontrado un tesoro.

Durante algunos meses se estableció allí y rastreó los alrededores en busca de otros recursos. Fue almacenando lo más útil en su "almacén" hasta que un día tropezó con algo que le hizo replantearse las cosas.

Entre unos escombros encontró un mapa detallado de la región y, marcado en bolígrafo, aparecía, entre otras, una anotación tremendamente enigmática:

"Refugio de último recurso"

Al principio no le dio mucha importancia, podía significar cualquier cosa, pero a medida que pasaban los días, su aburrida existencia comenzó a girar en torno a aquel mapa; dónde estaba aquel refugio, a cuanta distancia...

Y así, una extraña idea comenzó a germinar en su cerebro. Iría hasta allí, averiguaría que era aquello y, si merecía la pena, se quedaría. Después de todo ya nada le ataba a aquel lugar salvo el almacén y lo que allí aprovisionaba. No tenía familia ni amigos. Solo aquella deuda con el "mugriento" y si quería escapar iba a necesitar ciertos objetos por lo que era inevitable volver a verle. Así fue como tomó la determinación de desplazarse al asentamiento y acordar una cita con aquel miserable. Ideó lo del azúcar porque quería sorprenderlo y al mismo tiempo saldar su deuda.

(continuará)














III






A la mañana siguiente despertó antes del alba. Después de comer algo preparó un zurrón con algunas provisiones y agua, un pequeño kit de emergencias, tres botes de cristal con azúcar como el que había llevado la víspera al asentamiento y un bastón largo de madera que había encontrado entre las ruinas de la urbanización. También tomó una buena linterna y un par de pilas sin estrenar, más como seguro de vida quizá, que con la idea real de usarlas.


Emprendió la marcha cuando el sol aún no calentaba, rodeó el cerro en sentido contrario y se detuvo en un campo de manzanos cercano donde aprovechó para hacerse con algunas frutas.


Paradójico, pensó, siempre había creído que la fruta era uno de los alimentos más saludables; mucho más, claro, que aquellas infectas latas de conserva que acaparaban las "transacciones comerciales" en los puestos del zoco. Sin embargo, en aquellos tiempos locos, los vegetales habían recuperado con fuerza su lugar en la pirámide alimenticia, lo que, añadido al déficit crónico de proteínas que sufrían los supervivientes, había depreciado considerablemente el valor de todo producto que pudiera conseguirse en la actualidad, aún cuando la superficie de campos labrados hubiera descendido drásticamente y apenas quedaran agricultores.

Atravesó después la olvidada zona residencial y se encaminó a buen paso en dirección a la "civilización".

A la hora convenida entró en el tugurio y ésta vez observó como "el mugriento" estaba ya esperándole con aire de impaciencia. No esperó a que se sentara, se levantó y sin decir palabra salió al exterior. El "desconocido" le siguió y rodearon el zoco en dirección a las afueras del asentamiento.

"No he podido encontrar todo lo que me pediste, la brújula ha sido especialmente difícil pero el problema ha sido la cantimplora. Puedo ofrecerte un par de botellas de plástico que han sido usadas para almacenar agua a cambio"- le espetó el "mugriento" de sopetón

"Bueno, ahora negociaremos, te he traído unas cuantas pilas sin usar también."

"Bien, bien, algo haremos con ellas, no lo dudes"- exclamó alegremente su interlocutor.


Extraño, conocía al mugriento desde hacía, al menos, dos años y nunca le había visto de tan buen humor como hoy.

Después de bordear un viejo edificio en ruinas, con sus pisos superiores desplomados sobre los inferiores, alcanzaron una antigua casa de planta baja rodeada por lo que tuvo que ser un bonito jardín doméstico ahora plagado de malas hierbas y basura. El "mugriento" dio un empujón a la puerta y ésta cedió sobre sus goznes con un hondo quejido. Pasó con rapidez al interior haciendo una seña al desconocido para que le siguiera.

"A la izquierda están tus cosas, en esa caja de madera. Todo lo que he podido encontrar y estaba en buen estado. Échale un vistazo, y, cuando acabes, no dejes de mirar un poco más adelante a tu derecha, ahí he ido dejando todo el material militar que he encontrado en los últimos años. No respondo del estado de armas y municiones en general" -le advirtió mientras se dirigía hacia el interior de la casa


El "desconocido" repasó brevemente lo que el "mugriento" había aparejado para él y una vez hubo comprobado que era todo correcto caminó hacia las grandes estanterías que le había indicado su acompañante.
Allí no encontró nada de interés salvo un par de cajas de balas que parecían estar en condiciones y una pistola de bengalas con varias de ellas en sus fundas.

Oyó un silbido, provenía del fondo de la casa, seguramente emitido por el "mugriento", pero no tuvo tiempo de más...

De repente una mano se posó sobre su hombro derecho y tiró hacia detrás. El "desconocido" siguió con su cuerpo el tirón que le empujaba pero aprovechando la inercia dio un giro y disparó su mano izquierda hacia el cuello del atacante golpeándole con violencia en la nuez. El sucio hombretón retrocedió sujetándose la garganta mientras trataba de respirar con escaso éxito.

Cuando el desconocido se preparaba para asestarle otro golpe alcanzó a ver a su izquierda como otra figura emergía entre las sombras y se dirigía amenazante hacia él.


Al fondo, el "mugriento" aullaba:

-"¡Idiotas, recordad lo que os dije, lo quiero vivo...!"


Encaró el bastón hacia el primer atacante que empezaba a mostrar signos de asfixia y lo soltó en horizontal, con especial fuerza, golpeándole así la boca del estómago. Demasiado para él, hizo un ruido sordo al desplomarse hacia delante. 

Giró hacia su segundo adversario y dieron unos pasos en círculo. Como midiéndose.

De pronto, el rufián dio un paso abalanzándose sobre "el desconocido", y éste, viendo la oportunidad, esquivó la acometida y le atizó con saña justo detrás de la rodilla. Su oponente la hincó en tierra con una mueca de dolor mientras recibía un nuevo golpe en la caja torácica seguido de otro más en la cabeza, perdiendo así el sentido.


El "mugriento" se vio acorralado, había confiado en una rápida victoria de sus matones y ahora aquel tipo estaba justo entre él y la puerta de salida. 
El "desconocido" se acercó al cuerpo del primero de los asaltantes y con metódica precisión lo registró y le partió el cuello.

Su oponente, visiblemente asustado, veía todo desde el extremo opuesto de la habitación mientras el "desconocido" se aproximaba ahora al segundo de los atacantes y repetía la operación.

Todo ello sin perder de vista al "mugriento", por supuesto. No confiaba en él antes incluso de esta encerrona, ahora no iba a darle una sola oportunidad.

"Espera" -comenzó a suplicar al acercarse a él- "¡no me mates! puedes quedarte con lo que quieras, coge lo que te guste, pero no me mates..."
"Aquí solo tienes basura, dame un buen motivo por el que te deba perdonar la vida..."

"Puedo conseguir armas ¡no me mates por favor!"

"¿Armas? ¿Dónde? ¿Por qué no las tienes ya aquí?"

"Están en la ciudad, encontré una armería, llevo meses despejándola, entre los dos lo haremos mucho antes."

El "desconocido" dio un paso hacia él enarbolando la estaca:

"Continúa, te escucho..."

"No es fácil de encontrar, vayamos juntos y te lo mostraré."

"Ya te lo he dicho, no me convences, sé un poco más concreto." -dijo, mientras daba otro paso.

"Espera, no es tan sencillo" -dijo el "mugriento"-. "No la encontrarás."

"Me arriesgaré; si quieres conservar tu vida, más te vale empezar a largar..." -dijo a su vez el "desconocido" mientras daba un nuevo paso.

"De acuerdo, de acuerdo, detrás de la plaza Mayor, ¿conoces el antiguo hotel Bristol?"

"Sí, creo que sí, continúa."

"En la calle de detrás la verás. Ya te he dicho que casi toda está bloqueada por escombros. Si me llevaras contigo te sería de gran ayuda."

"Si te llevara conmigo no dudarías un minuto en denunciarme a la "Hermandad" y huir después. No soy tan estúpido." -Le contestó el "desconocido".



Sin esperar más le descargó un tremendo golpe en la cabeza con la vara dejándolo inconsciente. Después recogió sus cosas, la munición y las bengalas.

Hecho esto, se aseguró que no hubiera nadie en los alrededores que pudiera haber oído lo ocurrido y salió del asentamiento en dirección a las ruinas de la gran ciudad.

(Continuará)






IV






Se arrepintió. No debía haber dejado con vida a semejante malnacido. Se la había jugado en un buen número de ocasiones como para perdonarlo ahora. Después cambió de opinión. No contaba con regresar. En ningún momento lo había hecho, así que no tenía que temer represalias. Ni de la "Hermandad", ni de los aliados o colaboradores del "mugriento" (que los había, y no pocos, teniendo en cuenta el éxito de sus trueques).


No le costó mucho encontrar la vieja autopista mientras apartaba estos pensamientos de su mente. Solo había estado en la ciudad una vez y no guardaba un buen recuerdo. A raiz de aquello se especializó en las poblaciones circundantes (en ruinas al predominar las construcciones antiguas y en peor estado) de las que, no sin esfuerzo, lograba arrancar objetos valiosos entre los escombros.


Una vez en ella avanzó hasta encontrar un viaducto en buen estado y allí, al resguardo del viento, desplegó uno de los mapas que había recuperado de la estación de servicio. El terreno era llano hasta su objetivo y apenas estaba jalonado de pequeñas villas que iban creciendo (en tamaño y número) conforme se aproximaba a la capital de la región.


Salió de la solitaria autopista y avanzó por uno de los caminos rurales contiguos a ella. Bordeando viejos campos de naranjos y alguna caseta de labrador en ruinas.


Al atardecer divisó lo que parecía una vieja casa señorial parcialmente quemada y bastante alejada de la vía, tras una ruinosa zona industrial. Se detuvo. Había que encontrar un sitio para hacer noche y la idea de pasarla al raso no le atraía especialmente. Miró hacia el cielo, calculó mentalmente el tiempo de sol que le restaba (no más de tres horas con luz plena) y decidió echar un vistazo.

Se acercó cuidadosamente a la casa mientras no le perdía ojo. Las últimas lluvias habían completado el trabajo que el fuego dejó a medias de manera que los pisos superiores parecían completamente inaccesibles. En cambio la planta baja tenía mejor aspecto y conservaba gran parte de sus paredes en pie.

Cuando estaba a unos cien metros aproximadamente se apostó entre unos arbustos.
 

Esperó y observó.
 

Nada, el viento azotando las ramas de los matorrales. Una ventana abierta que golpea rítmicamente su marco. El aullido de Eolo al atravesar los huecos, rincones y recovecos de la mansión.

Nada en definitiva.

Se chupó el dedo índice y lo elevó. Rectificó su posición para situarse contra el viento y husmeó. Nada. Ni el característico perfume a humo y madera mojada tan habitual en hogueras apagadas apresuradamente. Ni tampoco la peculiar pestilencia que desprenden los krusties (reconocible a metros de distancia).


Nada. Ni nadie. Al parecer era el único en los alrededores.


Se aproximó a la entrada y empujó levemente la puerta. Cedió sobre sus bisagras y pudo ver un recibidor arrasado.

Tres más. Una ennegrecida ante él. Dos a cada uno de los lados.

Desenfundó en silencio la pistola al tiempo que sujetaba el cayado con la mano izquierda.

Lo usó para empujar la puerta entreabierta que quedaba a su derecha. Un guardarropa parcialmente hundido y rebosante de escombros.

A su izquierda lo que parecía un despacho abierto de par en par.

Después de descartar habitantes "sorpresa" en estas dos estancias avanzó hasta la puerta del fondo. Se colgó la vara a la espalda y agarró el pomo con una mano mientras la otra, sudorosa, empuñaba la pistola.

La abrió de golpe y observó. Un enorme salón completamente quemado. Algo semejante a un cadáver carbonizado ante él. Los muebles renegridos. La chimenea, junto a una gran escala de madera, inutilizada por los cascotes de las plantas superiores. El viento colándose por grietas y rendijas. Varias puertas cerradas y afectadas también por el fuego.

Nada de valor que no hubiera sido saqueado anteriormente.

Revisó el resto de habitaciones de la planta; una sala de estar derruida, un retrete con restos de suciedad y un boquete en la pared a través del cual se podía ver los alrededores y una cocina llena de polvo y podredumbre que había sido mucho menos afectada por el fuego que el salón. Allí vio una pequeña puerta en uno de sus rincones. Conducía a una despensa vacía.

Regresó al salón e intentó acceder a la primera planta. Puso un pie en un escalón, crujidos, después otro, más.

Dudó por un momento. Pese a haber registrado ruinas en peor estado que ésta había algo en aquella madera crujiente que le persuadía de hacerlo. Sacó la linterna del zurrón junto a un par de pilas. La encendió y enfocó hacia el piso superior. La amarillenta luz rasgó la penumbra mostrando restos del suelo de la primera planta entremezclados con muebles y detritus varios.

Cuando parecía decidido a resignar le pareció ver algo en una de las esquinas despejadas del descansillo.
 

Una puerta.
 

Dudó una vez más. ¿Podría pasar la noche con cierta calma ahí arriba?

Pensó que no merecía la pena el riesgo. Si él decidía aventurarse allí arriba otros también podrían hacerlo. Y con más razón si se les suponía desesperados.

Así pues, atrancó lo mejor que pudo la puerta principal y los accesos al salón y trató de acomodarse para dormir en él.





(Continuará)




V








Una luz brillante. Una voz. No entiende lo que dice pero sabe que se dirige a él. Después una mano, de piel suave. Tendida como puente que le asegura el tránsito a un mundo mejor. Perdido ya en el recuerdo. Olvidada ya la búsqueda. Un paraíso perdido que no ha de volver si no es en forma onírica, brumosa, fantasmagórica. La mano se aleja, trata de alcanzarla y por primera vez ve ante él algo del que se supone ha de ser su cuerpo. Quiere gritar y no puede. Desespera silenciosamente. Ha olvidado el habla, aunque da igual. No hay nada que decir. Tiene los labios cosidos.

 

Le despertó un leve cosquilleo en la barbilla. Abrió un ojo despacio y se sacudió de un manotazo el insecto que lo causaba.

 

El primerizo frío de aquel otoño se colaba por las grietas de la casa. El salón ofrecía a la luz diurna un aspecto más deprimente del que recordaba al anochecer. Apuró el contenido de la lata de alubias que había abierto para cenar y comió un par de manzanas. Había tomado alimentos para un par de días, más para trocar con el "mugriento" que como provisiones. En caso de necesidad recordaba donde podía quedar algo en buen estado en ultramarinos y tiendas de las poblaciones cercanas a la ciudad.

 

Permaneció vigilante y a la escucha en el recibidor de la casa. Oteando por el ruinoso ventanuco, buscando una señal que no quería ver. Durante más de una hora. Cazador acechando a una inexistente presa.

 

Al final, cuando consideró oportuno, salió de la casa, volvió junto a la carretera y prosiguió el viaje. A un lado los campos y huertos, del otro la autopista, como una inmensa serpiente gris. Bordeó el aeropuerto y la antigua base aérea del ejército, arrasada por saqueadores y hambrientos cuando todo empezó a resquebrajarse. Al otro lado de la vía un pueblo que recordaba perfectamente haber limpiado casa por casa junto a un polígono industrial quemado hasta sus cimientos.

 

Empezó a ver cada vez más y más restos de vehículos en la calzada. Subió a ella. Miró en derredor. Armatostes abandonados con el depósito vacío formando un herrumbroso y macabro embotellamiento. Casi todos habían ardido para calentar a los ateridos protagonistas del éxodo urbano en aquel primer crudo invierno. El asfalto trufado de cadáveres momificados caídos en la larga marcha hacia ninguna parte. Los bártulos tirados, abiertos y largo tiempo atrás registrados y saqueados. Una madre amojamada abrazando un esqueletito entre sus ennegrecidos brazos.

 

Cerró los ojos. Desolación.

 

Continuó avanzando, mirando por encima los restos. Buscando nada que pudiera quedar. Esquivando coches accidentados, alguno con un par de huesudas manos aún aferradas al volante.

 

A mediodía paró para comer algo a la sombra de un viejo camión. Al atardecer estaría a las puertas de la ciudad. Recordaba un par de lugares cercanos donde podría dormir cobijado. No quería toparse con alguna de las bandas de "krusties" que recorrían los alrededores.

 

Después de almorzar trepó hasta el techo de la cabina. Observó con inquietud una pequeña columna de humo en la distancia.

 

"¡Mierda, Necesito unos prismáticos cuanto antes!" -dijo para sí.

 

Pensó con cuidado el siguiente paso a dar. La autovía conducía a la circunvalación. Desde ella podría buscar la entrada más apropiada a la ciudad. Pero aquel humo le obligaba a meditar la situación. No quería tan siquiera acercarse allí.

 

Se sentó en el asiento del copiloto mientras desplegaba de nuevo el mapa. Trazó mentalmente un trayecto. Era mucho más largo. Si antes se planteó como algo más que probable la búsqueda de alimentos para completar su viaje con éxito, ahora era totalmente imprescindible. Así que dejó una vez más la calzada y unos metros más adelante tomó una de las salidas que conducía a una de las poblaciones cercanas.

 

La carretera le condujo a un pueblo de mediano tamaño. Los campos abandonados se sucedían a ambos lados. El pequeño polígono industrial que bordeaba la villa estaba totalmente quemado, pero el casco urbano tenía buen aspecto.

 

A la entrada se detuvo unos instantes mientras contemplaba la oxidada señal con el nombre de la población. Pese a la herrumbre y la vegetación aún podía distinguirse la primera y la última letra de aquel nombre: A----A 

 

Recordaba este sitio. Era uno de los últimos que había "saqueado" y eso le daba cierta ventaja.

 

 

 

 

(Continuará)

 

 

 

 

 

 

VI

 

 

La carretera atravesaba el pueblo a lo largo de un descuidado paseo. Las ventanas cerradas por toda la avenida. Una fachada ennegrecida por un conato de incendio. Los carteles de "Se traspasa" coronaban casi todos los establecimientos intactos. Donde no los había podía adivinarse restos del pillaje desde la vía pública. Un amarillento cartel le había dado la bienvenida unos metros antes, a la entrada, ofreciéndole "la mejor rentabilidad para su dinero".

 

Apenas le prestó atención.

 

Se dirigió a buen paso hacia el centro de la villa. Sabía donde poder pasar la noche a resguardo. Pero antes quería echar un vistazo a algo.

 

Durante su última visita allí fue incapaz de acarrear todas las mercancías que había encontrado, así que habilitó un pequeño "alijo" oculto en uno de los bloques del centro.

 

Recorrió a lo largo el paseo y en determinado lugar giró hacia su izquierda internándose en un callejón cuasi totalmente cubierto por desechos. Trepó por un montículo de escombros, rodeó un coche quemado y llegó al fin a su objetivo.

 

Delante de él se abría la plaza mayor del pueblo. Una oxidada fuente de estilo modernista (y dudoso gusto) en el centro. Al otro lado una vieja casa semiderruida con un ilegible letrero en el balcón de su primera planta. A su derecha el edificio consistorial, ahora abandonado. Las ventanas cubiertas por tablas. La pesada puerta principal cerrada, asegurada con un candado y una gruesa cadena.

 

Miró a su izquierda. Allí estaba. Una construcción moderna de tres plantas, totalmente acristalada y embellecida en mármol.

 

La antigua oficina bancaria del pueblo. 

 

Se aproximó a la entrada. La puerta estaba entornada, como él mismo la había dejado hacía algo más de un año. Se asomó al umbral. No parecía haber huellas en el polvo. Pasó al vestíbulo. Un gran hall se extendía ante él. A lo lejos las solitarias ventanillas.

 

Los bancos apenas habían sido atacados. Extraño, podría pensar uno, hasta percatarse del nulo valor del dinero en un mundo que implosiona.

Éste no era una excepción y, suponía, habría sido cerrado en cuanto las fuerzas de seguridad del estado constataron la imposibilidad de proteger todos los lugares que estaban siendo saqueados.

 

Esquivó varios montones de basura y rebasó la línea que formaban los mostradores. Tirada en el suelo, bajo una silla volcada, una mugrienta bolsa negra de deportes. Dentro de ella una cuerda vieja pero aún resistente. Se la echó al hombro mientras se dirigía a una de las esquinas.

 

Allí se detuvo frente a una puerta destrozada. Tras ella se veían unas escaleras que bajaban. Ni una huella en el suelo.

 

Sacó la linterna, todavía con las pilas que usó la víspera y la encendió. Comenzó a bajar con cuidado. Apartó de una patada una caja vacía de cartón que le bloqueaba el paso en la base y recorrió el pasillo que se abría delante de él.

 

 

Contaba mentalmente las puertas que iba dejando atrás. Dos a la izquierda, pasillo, una a la derecha, otra más a la izquierda, una fuera del quicio a la derecha, otro pasillo...

 

Encontró la que estaba buscando. "Mantenimiento" podía leerse en ella. Abrió y recorrió la estancia con la linterna.

 

Con expresión de triunfo se acercó a su objetivo. Un enorme arcón metálico depositado en un rincón. Enfocó hacia el techo de obra buscando algo y allí vio la polea que trabajosamente había instalado tiempo atrás.

 

Dio gracias una vez más por aquella heterodoxa construcción; una simple talla de escayola, como solía ser usual, no le hubiera permitido hacer aquello.

 

Desenrolló la cuerda, la pasó por la polea y ató uno de los cabos a un soporte que emergía del arcón.

 

Dejó sus cosas en el suelo y tiró con fuerza.

 

La cuerda se tensó, el anclaje parecía a punto de salir despedido del muro, pero finalmente resistió.

 

"Ciento sesenta kilos, puede que más" -pensó el desconocido.

 

Ciento sesenta kilos de peso que hubieran sido imposibles de mover para una sola persona normal en las condiciones actuales sin los adecuados suministros que le había dado el almacén de la única ferretería del centro del pueblo.

 

Algo más de ciento sesenta kilos que ahora se cimbreaban en el aire con cada sacudida que daba nuestro protagonista.

 

Cuando el pesado lastre estuvo a unos cincuenta centímetros del suelo ató el cabo que todavía sujetaba a la pata de una estantería que soportaba el peso de varias decenas de cajas de amarillento material de oficina.

 

En el suelo, ahora, había quedado una plancha de acero de varios milímetros de grosor.

 

Ocupaba una superficie mayor que la de la caja, pero la oscuridad hacía difícil reparar en ello.

 

Empujó la plancha con el pie hacia uno de los laterales dejando así un hueco negro bajo ella al descubierto.

 

La apartó con cuidado hasta dejar a la vista un gran socavón toscamente excavado en el suelo.

 

Allí, envuelto en unos plásticos y sujeto con un cordel, un pequeño fardo reclamaba poderosamente su atención.

 

Unas pocas latas de conserva, un encendedor con algo de gas (aunque sin piedra), varias cajas de cerillas, un paquete de ocho pilas alcalinas con su envoltorio, un par de sobres de sopa deshidratada y una botella de litro y medio de agua también por abrir.

 

Un avituallamiento necesario.

 

Trajo la bolsa de deportes después de haberla sacudido bien. Guardó en ella el "paquete". Aprovechó también para redistribuir el peso pasando algunos objetos del zurrón y se la colgó en bandolera a la espera de encontrar algo mejor para llevar sus cosas.

 

Atravesó la puerta del banco y dejó la plaza por uno de sus callejones.

 

Objetivo uno conseguido, dijo para sí, ahora falta el segundo, encontrar un sitio para pasar la noche en calma.

 

Y sabía dónde buscarlo.

 

 

 

(Continuará)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VII

 

 

El sol huía por el horizonte. Los últimos rayos de luz bañaban la calle.

 

Delante de nuestro protagonista languidecía un vetusto edificio de dos plantas con un añejo cartel. "Sociedad musical" alcanzaba a leerse. Lo demás estaba borroso.

 

Una planta baja saqueada se abría ante él. Las puertas metálicas desplegables habían sido forzadas y en parte arrancadas.

 

Restos de suciedad y polvo. Penumbra.

 

A la izquierda, a través de un quicio mucho más pequeño que debía sujetar otro portal podía verse una escalera.

 

La calle estaba desierta. Había usado este sitio para pernoctar en su última visita. Perdió algo de tiempo en encontrarlo por los desplomes de casas más recientes. Creyó ver tres nuevos al menos, lo que le obligó a tomar sendos desvíos. Un trayecto aparentemente corto, de menos de diez minutos, le había llevado casi una hora.

 

Ahora la noche se le echaba encima y no tenía tiempo para tomar las precauciones habituales.

 

Tomó una vez más la linterna y empezó a subir los peldaños.

 

Cada paso levantaba nubecillas de polvo. No vio huellas salvo las suyas, muy leves, recortándose a la perfección en la espesa capa de escombros y ceniza que lo cubría todo.

 

Al llegar arriba tropezó con un umbral que le separaba de una gran sala dividida en dos por unos ajados biombos de mimbre. En la parte más cercana a él había una barra llena de suciedad y restos. A su alrededor varias banquetas tiradas por el suelo. Un cartel taurino en la pared, agrietándose, junto a otro indescifrable, futbolístico quizá. Cerca de éstos, una estantería con apenas un par de botellas vacías empañadas de suciedad y una herrumbrosa máquina de café.

 

Repartidas ante la barra media docena de mesas y algunas sillas, la mayoría volcadas. Una mesa de billar con el tapete enmohecido por una gotera y un futbolín con los jugadores del Real Madrid amarillentos.

 

Una mancha en el suelo de algo negruzco que podía ser sangre reseca le daba la bienvenida.

 

Caminó con lentitud hacia una de las esquinas. Paseando los dedos por la superficie de las mesas, dejando un surco en la suciedad.

 

Contempló con tristeza un pajizo y arrugado diario.

 

En primera plana y a cuatro columnas: "El Gobierno decreta el toque de queda".

 

No había tiempo para melancolía, apartó un expositor de viejas películas desconocidas y tras él apareció una endeble puerta de madera que parecía haber sido abierta a patadas.

 

Allí, en un sofá, en lo que debía ser el despacho de alguien ligado a aquel lugar, había pasado la noche con anterioridad. Y allí era donde se disponía a hacerlo ahora.

 

Improvisó una barricada de restos de muebles ante la puerta y comió algo.

 

Después, se asomó a la única ventana de la estancia y sus ojos se perdieron en la oscuridad de la noche.

 

Una noche sin luna pero rebosante de estrellas.

 

 

 

(Continuará)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VIII

 

 

Un tenue rayo de luz le despertó a la mañana siguiente. Después de comer algo observó la calle durante unos minutos en la ventana. Cualquier ruido que se hiciera en los alrededores resaltaría en aquel fantasmagórico silencio.

 

El viento del oeste cortaba, quizá a mediodía la temperatura hubiera cambiado por el efecto del sol, pero las mañanas comenzaban a presentarse de improviso, frías y húmedas.

 

El otoño reclamaba su lugar y preparaba la tierra para la llegada de su cruel hermano invernal.

 

Recogió sus cosas y echó un último vistazo a su extraño dormitorio, revisó después el gran salón y la planta baja a la luz del día. La rapiña había sido hecha a conciencia. No encontró más que basura y desperdicios.

 

Volver a la plaza del pueblo le costó bastante menos que el día anterior. Bordeó la fuente reseca, pasó junto al ayuntamiento y se internó en el ruinoso callejón.

 

Regresó por el paseo en dirección a la salida del pueblo y alcanzó la primera de las rotondas que fracturaba la carretera entre éste y el siguiente municipio.

 

En su centro, un monumento a la excelencia de uno de los hijos ilustres de la localidad.

 

Se encaramó a él y con la mano haciendo las veces de visera oteó el horizonte.

 

Aquella condenada columna de humo seguía ahí, imperturbable, en el mismo lugar, a su izquierda, cerca de la autovía, junto al embotellamiento.

 

Se detuvo durante unos instantes.

 

Había algo extraño en aquel fuego... A mediodía y durante la noche solían hacerse. Sin embargo...

 

Una hoguera en la autovía, completamente visible, mantenida y alimentada durante casi 24 horas y alejada de cualquiera de las bases de krusties de los alrededores.

 

"Demasiado raro, demasiada casualidad."

 

Humedeció su dedo índice y trató de situarse contra el viento. No hubo forma, aquel condenado poniente arrastraba cualquier olor extraño que hubiera en los alrededores. 

 

Se resignó a pasar sin tomar precauciones. Apestaba a emboscada pero no tenía otra alternativa.

 

Comprobó la pistola y sujetó con fuerza el cayado. Bajó del pedestal de la estatua. Conocía toda aquella zona por lo que tendría una oportunidad en caso de huida.

 

Caminó por la calzada, bordeó un camión incendiado que estaba parcialmente cruzado, atravesándola y continuó en dirección a una gasolinera arrasada.

 

Pronto tropezó con el primero de sus problemas.

 

Varios coches habían colisionado junto a una gran furgoneta cortando totalmente el camino. Podía proseguir por ambos lados; el izquierdo le llevaba junto a unas ruinosas naves industriales, el derecho le acercaba a un campo de cultivo plagado de malas hierbas, bastante altas.

 

Era más seguro el campo abierto pero más adelante parecía complicarse y le obligaba a alejarse de la carretera y del centro de la población. Había un pequeño bloque de casas unifamiliares bastante antiguas que no habían resistido las lluvias y el mal tiempo y sus restos se desparramaban sobre la vía.

 

"¿Demasiado evidente? Quizá..."

 

Pasó junto al borde izquierdo del montón de chatarra oxidada y requemada y se aproximó al polígono. Rodeó varios vehículos abandonados y echó un vistazo al interior de las factorías por las que fue pasando. Alguna de ellas en bastante buen estado, con restos de haber sido utilizada como refugio provisional por algún desesperado. En una de ellas el olor a orín era tan fuerte que parecía haber sido usada recientemente.

 

Se detuvo. El camino parecía estrecharse más adelante. Una pila de desperdicios bastante alta flanqueaba la salida por la izquierda. El chasis quemado de varios coches amontonados lo hacía por la derecha.

 

De súbito un chasquido sonó a su izquierda y apenas tuvo tiempo de echarse al suelo. Una flecha toscamente trabajada pasó sobre su cabeza y se clavó en la chapa de la nave más cercana. Sin esperar un segundo se levantó y echó a correr mientras otra pasaba silbando ante su nariz.

 

A su espalda oyó un grito. Alcanzó a ver un par de figuras emergiendo de un rincón mientras pasaba entre la basura y la pila de vehículos carbonizados. Dobló hacia su derecha buscando el linde de la carretera cuando los vio.

 

Un grupito de krusties armados con palos, piedras y otras armas improvisadas le esperaban sonriendo a unos metros de distancia.

 

Frenó en seco y dio la vuelta confiando en alcanzar el otro extremo antes de que le alcanzaran los del callejón.

 

Entonces ocurrió.

 

Perdió pie y se deslizó en la oscuridad.

 

"Eres gilipollas"- se dijo mientras caía.

 

Había visto el foso cubierto por una lona gris. Lo había visto.

 

Lo había visto y simplemente no lo pensó.

 

Ahora había caído en una trampa y sería pasto (nunca mejor dicho) de aquella banda de descerebrados que ya se relamían...

 

Un golpe seco y todo se volvió negro.

 

 

 

(Continuará)

 

 

 

 

 

 

 

 

IX

 

 

Caigo en sueños. Caigo y caigo y caigo...

 

Y el puto abismo no parece tener fin. Y esa jodida sensación en el estomago.

 

El aire en la cara. La falta de respiración.

 

Caigo...

 

Un agudo dolor le hizo recuperar el conocimiento.

 

"¿Veis? ¡Os dije que despertaría con la navaja antes que con el agua!" -Oyó cerca de él.

 

"De acuerdo, tu ganas, eliges primero." -Concedió otra no muy lejos.

 

"¡No es justo, jefe!" - Protestó una tercera. Gritos a favor y en contra.

 

Poco a poco, el desconocido recobraba la vista, al principio borrosa.

 

Estaba rodeado de una docena de krusties. Le habían atado y el primero en hablar le había clavado una navaja de un palmo en el brazo izquierdo.

 

De parte a parte.

 

"Bien." -pensó.- "Estás definitivamente acabado. Estos mamarrachos te van a matar y luego a devorar. Se les ve faltos de proteínas."

 

Parecía ahora que iban a discutir eternamente.

 

Mientras, un plan suicida empezaba a formarse en su mente.

 

Se aclaró la garganta.

 

"Estooo, chavales." - Empezó a decir.- "A lo mejor podríamos hacer un trato..."

 

La discusión cesó. El grupo más cercano se giró y uno de ellos, repleto de tatuajes, la mayoría de ellos claramente hechos antes del colapso, se acercó.

 

"¿Un trato? ¿Por qué? ¿Qué puedes ofrecernos? Sólo tienes tu vida ahora mismo. Y no te va a durar mucho." -Dijo y se giró buscando la carcajada general.

 

Como un rebaño el grupo coreó con risas la chanza de su líder.

 

"Bueno, podría deciros donde encontrar armas de fuego, pero a lo mejor no os interesa, claro." -Contestó rápido el desconocido con una mueca.

 

"¿Armas de fuego? Es un farol. Seguro. Además siempre podríamos sacarte la información."

 

"No, di más bien que intentaríais sacármela. Pero seguramente el asunto se os irá de las manos y me matareis antes de eso." -Sonrío cínicamente "el desconocido".

 

"Bueno, sobreviviremos sin ellas" -Se carcajeó el krustie.

 

"Pues es una lástima, porque hay de todo, armas cortas, escopetas, fusiles..."

 

Un brillo surgió en los ojos de su interlocutor.

 

"Así que escopetas y fusiles. ¿Y dónde están esas armas, viejo?"

 

"En la ciudad, mocoso, desatadme y os llevaré. Serán todas vuestras." -Se la estaba jugando al provocarle. Y lo sabía.

 

El krustie contuvo un repentino ataque de ira. Lo miró de arriba abajo.

 

"De acuerdo, desatadlo."

 

"Engáñanos, trata de huir o de traicionarnos y te mataré con mis propias manos. ¿Entendido?" - Le espetó a diez centímetros de su cara.

 

"¡Cristalino como el agua, jefe!" -Contestó mientras trataba de pensar cómo iba salir de ésta.

 

Porque podía felicitarse. Había salvado el pellejo. Pero ¿por cuánto tiempo?

 

 

 

 

(Continuará)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

X

 

 

Notó un regusto amargo en la boca.

 

Un regusto amargo y un fuerte dolor de cabeza.

 

Se palpó con la mano la herida de la sien y tropezó con un manchurrón de sangre seca.

 

"Grandísimo hijo de puta..." -masculló entre dientes

 

"El Mugriento" se levantó aún dolorido y observó durante unos segundos los cuerpos de sus "hombres".

 

Él, que nunca había querido tener guardaespaldas, que siempre se jactó de infundir tanto respeto a unos y otros, que siempre alardeaba de sus contactos entre La Hermandad y sus "guardas"...

 

Había subestimado a aquel bastardo.

 

Pero se la iba a pagar...

 

"¡Oh, sí! ¡Puedes jurarlo hijo de la gran puta!"- se dijo.

 

Sacudió una patada a uno de los cuerpos con rabia y se echó en la herida un poco de agua de una sucia botella de plástico.

 

Ahogó un grito de dolor al tiempo que sacaba un trozo de tela del cajón de una mesa y se lo enrollaba alrededor de la frente.

 

"Con cuidado, tienes que curarte, vas a darle su merecido a ese hijo de puta, hablarás con La Hermandad para justificar estos cuerpos y Archi sabrá que hacer..."

 

Se hizo un tosco nudo al terminar y se dirigió a una de las esquinas de su "hogar".

 

"...Si, Archi sabrá, ya lo creo que si..."

 

Levantó una trampilla, sacó una linternita del bolsillo, la encendió y bajó por la escalera.

 

Después de unos minutos un sonido áspero y metálico emergió de allí.

 

El mismo sonido que hace un Cetme al amartillarse.

 

Definitivamente había subestimado a aquel bastardo pero se la iba a pagar.

 

 

(Continuará)

 

 

 

 

 

 

 

 

XI

 

 

Al principio nadie pensó que aquello fuera tan importante. No era la primera vez que Israel iniciaba una guerra con sus vecinos musulmanes. Ni la primera que terminaba, ni la primera que ganaba con aplastante facilidad.

 

Tampoco era la primera vez que realizaban operaciones furtivas en suelo extranjero.

 

Apenas treinta años antes, una serie de bombardeos "quirúrgicos" había borrado del mapa un reactor nuclear en construcción de origen francés en Al Tuwaitha, Irak.

 

Por supuesto las cosas habían cambiado mucho en ese tiempo. En aquella ocasión los USA garantizaron el "inexistente veto" del consejo de seguridad de la ONU (como llevaban haciendo los últimos 40 años). Los israelíes habían mostrado pruebas claras al respecto: allí se estaba enriqueciendo uranio con fines militares.

 

La opinión pública mundial ladró. Los "lobbies pro-islam" elevaron el tono de sus quejas. La prensa internacional se desgañitó. Pero no ocurrió nada, porque, en el fondo, se sabía que las acusaciones eran ciertas, y, lo más importante, Israel tenía el apoyo incondicional de los norteamericanos.

 

Sin embargo las cosas habían cambiado mucho a principios del siglo XXI. Las intervenciones militares estadounidenses en Oriente Próximo con las que en un principio ganaron operatividad estratégica pasaron pronto a ser un lastre por la recesión global.

 

Desde los inicios del 2008 Irán dejó de aceptar dólares como medio de pago para sus exportaciones de petróleo. Poco después fueron las principales empresas rusas las que empezaron a usar Euros exclusivamente. Algo más tarde China empezó a deshacerse paulatinamente de sus reservas. Primero de deuda pública americana, después de la divisa en sí. Venezuela no tardó en imitarlos.

 

A finales de 2010 la situación en los Estados Unidos era ya angustiosa. Los campamentos de desheredados hambrientos se multiplicaban por el país. El número de desempleados y embargados alcanzaba su máximo histórico y las empresas y negocios cerraban por centenares. La ya de por sí magra ayuda social del estado hacía aguas por doquier. El crimen se disparó como nunca.

 

Muchos fueron asesinados por un poco de comida. O por pedirla.

 

A mediados de 2011 el estado norteamericano entró en bancarrota. Varios países cancelaron acuerdos comerciales y la situación empeoró aún más. Se cerraron bases militares por todo el planeta, tratando primero de mantener las más valiosas, aunque poco después fueron todas clausuradas y sus hombres enviados de vuelta a casa, donde había otros "fuegos que sofocar". China fue de los pocos países que mantuvo sus relaciones bilaterales y ayudó como buenamente pudo a los norteamericanos. Quienes vieron en éste un desinteresado gesto de altruismo cambiaron pronto de opinión al ver las draconianas condiciones de devolución de la deuda que les fueron impuestas.

 

En estas condiciones de total inestabilidad los iraníes presentaron su primer reactor nuclear y apenas unos días más tarde fue volatilizado por los israelíes.

 

Algunos señalaron la inutilidad de esta acción. Irán había aprendido bien la lección de sus vecinos y, como más tarde se confirmó, éste no era ni el único ni el primero de sus reactores. Al menos otros dos, subterráneos, habían sido puestos en funcionamiento varios años atrás, poco después de la invasión de Irak en 2003.

 

Los iraníes llevaban, efectivamente, años preparándose para algo así. Por eso dieron ellos el primer golpe. El primer golpe real.

 

Es decir, con armas nucleares.

 

La élite; los clérigos, científicos, políticos y gran parte del ejercito, fue protegida en refugios y tres bombas cayeron sobre Jerusalén, Haifa y Tel Aviv.

 

Paradójicamente, la Cúpula de la Roca y la Mezquita de Al-Aqsa fueron destruidas dejando el campo libre para la reconstrucción del templo de David como siempre habían profetizado los sectores ultra ortodoxos israelíes.

 

El mundo no musulmán enmudeció de terror aquel once de junio de 2011. Las víctimas directas se calculaban en millones. Los refugiados de lugares cercanos que huyeron de la radioactividad triplicaron esta cifra. Siria, Jordania y Líbano se vaciaron. Irak, Turquía y Arabia Saudí cerraron sus fronteras a los desplazados. Miles y miles de tiendas de campaña se levantaron en sus lindes. La península del Sinaí, en Egipto, se llenó de refugiados. La desesperación cundió.

 

Claro que, entonces, lo peor aún estaba por llegar.

 

 

(Continuará)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

XII

 

 

Partieron de inmediato.

 

Le molestaba el brazo. Pero de eso no moriría, por el momento, al menos. Y además aquellos tipos le habían devuelto sus cosas, exceptuando la pistola de señales y el cayado, claro, por lo que pudo tomar un par de tabletas de antibióticos después de vendarse rudimentariamente la herida.

 

A mediodía volvieron a la carretera principal. No se separaron de él ni un segundo.

 

"Pitu", tal era el "Nick" del jefe, envió a dos de sus "hombres" a mantener la hoguera y después al campamento de la tribu para informar de lo sucedido.

 

Este grupo pertenecía a la infame tribu de los "Argolla". Las otras dos, "Garra" y "Clavo", mucho mayores y mejor organizadas, solían castigarla cuando no andaban enzarzadas entre sí o con la Hermandad.

 

El grupo restante se encaminó por la autovía en dirección a la ciudad.

 

No se detuvieron en todo el día y cuando llegó la noche "el desconocido" estaba francamente hambriento.

 

Acamparon cerca de un gigantesco campo de futbol en construcción. Lleno de pintadas y parcialmente acordonado por una ristra de vehículos policiales y de emergencias ahora carbonizados. Por todas partes podían verse restos humanos momificados por el paso del tiempo. Los cadáveres de los miembros de las fuerzas de orden público habían sido convenientemente registrados. Pudo constatarlo por sí mismo. Uno de los krusties que le seguía como su sombra se lo dijo al verlo escarbar.

 

"Es inútil, la Hermandad arrasó este sitio, y más tarde otros lo hicieron. No creo que puedas encontrar ni un casquillo."

 

"Nada" -pensó "el desconocido"

- "Ni una porra, ni una bala, ni un chaleco... Ni tan siquiera un miserable kubotan, y, por supuesto, nada parecido a un arma de fuego".

 

En alguna ocasión había pasado a cierta distancia de aquí. Y, en su (hasta la fecha) única visita a la "gran ciudad" después del colapso, trató incluso de acercarse, pero el aspecto desolado de los alrededores le había disuadido de seguir.

 

Una de las últimas noticias que tuvo de esta enorme construcción era que había sido usada como improvisado penal para "acomodar" a todos los alborotadores y saqueadores que habían surgido por todas partes al estallar la situación.

 

Al parecer, poco después, hubo en su interior algún tipo de motín, y las fuerzas de seguridad del estado (o lo que quedaba de él) sitiaron a los rebeldes. Ignoraba que podía haber ocurrido después, pero evidentemente, alguien había echado una mano a los amotinados rompiendo el sitio (o intentándolo al menos).

 

El desconocido se acomodó a resguardo del viento junto a una de las paredes del estadio. Siempre acompañado por sus nuevos e inseparables "amigos". Extrajo de su mochila un bote de fabada y observó divertido la cara de los krusties que lo guardaban.

 

"¿Queréis un poco?" -pregunta retórica porque, evidentemente, aquellos desgraciados estaban aún más famélicos que él y así lo demostraron lanzándose como perros ávidos sobre la conserva.

 

Mientras nuestro protagonista veía como "sus guardianes" devoraban cuasi totalmente el contenido de la lata pensó detenidamente en ellos.

 

¿Qué especie de caprichosa conjunción podía haberse dado para que semejante hatajo de desharrapados y gualtrapas pudiera sobrevivir en un entorno como éste? Porque él sí había visto a la hermandad en acción y sabía cómo las gastaban. Y el resto de tribus Krusties eran también mucho más peligrosas que esta "Banda".

 

Sin duda, se dijo, tenía mucho que ver que la "competencia" no hubiera intentado quitarlos de en medio seriamente. Eso, y que, por lo que les había oído comentar, su "base" estaba en pleno vertedero y hacía tiempo que éstos habían dejado de ser una fuente útil y variada de recursos y material. De cualquier modo tampoco hubieran encontrado mucha resistencia en ellos...

 

Andaba enfrascado en estos y otros pensamientos cuando la herida del brazo volvió a molestarle. Se quitó el vendaje y echó un vistazo. Tenía mal aspecto, necesitaba desinfección y sutura y no podía hacer mucho más.

 

"Si esto empeora, voy a tener problemas... Espero encontrar algún tipo de antibiótico inyectable antes que la infección sea galopante y evidente, porque algo me dice que estos comprimidos caducados no van a tener toda la efectividad que quisiera y no veo a esta panda de energúmenos poniéndome paños húmedos en la frente..." -reflexionó para sí no sin cierta sorna mientras intentaba limpiar la herida con escaso éxito.

 

Terminó el contenido de la lata y ante la estupefacción de sus "cuidadores" sacó una última, arrugada y pequeña manzana de un dobladillo del zurrón.

 

Ésta no la ofreció.

 

 

 

 

(Continuará)

 

 

 

 

 

 

XIII

 

 

El trece de Junio de 2011, el gabinete de emergencia del gobierno israelí, refugiado en un bunker secreto, decretó la guerra total contra Irán. El resto de países musulmanes integrados en la liga árabe declaró a su vez la guerra a Israel.

 

El intercambio nuclear superó ampliamente el medio centenar de megatones.

 

Siria, Líbano, Jordania, Irak, Kuwait y, por supuesto, Irán e Israel, fueron completamente arrasados.

 

Emiratos, Qatar, Egipto, Turquía, Yemen, Omán y Arabia Saudí también fueron afectados en mayor o menor medida.

 

Una semana más tarde, el viento había empujado la radiación en dirección Este, atravesando Afganistán y llevándola incluso a Pakistán.

 

Oriente Medio, la cuna de la civilización y de la agricultura, tierra de pensadores, de grandes emperadores, de poderosos guerreros, la región más rica del mundo en petróleo, del petróleo más rico y de más fácil extracción, se había convertido, de la noche a la mañana, en un cementerio nuclear.

 

El precio del crudo en el resto del mundo se triplicó.

 

Las puertas del infierno se abrieron y mostraron su contenido aquel día...

 

 

 

(Continuará)

 

 

 

 

 

 

 

XIV

 

El día se levantó frío una vez más.

 

"El Desconocido" notó de inmediato que algo había ocurrido. El nerviosismo podía palparse en el ambiente.

 

De pie, junto a él, uno de sus guardias le miraba con evidente animosidad. No había señales de su compañero.

 

Unos metros más allá, "Pitu", visiblemente tenso, ladraba órdenes a sus "hombres".

 

Alguien, aparentemente, había desaparecido durante la noche y ahora se afanaban en buscarlo.

 

El desconocido se levantó, revisó sus cosas y apoyado en la pared del antiguo estadio de futbol orinó mientras su "escolta" no dejaba de observarle.

 

"¿Qué ha pasado?"- le preguntó sin volverse.

 

"Nada que te interese. Y date prisa, nos vamos"- gruñó el krustie.

 

Al cabo de unos minutos alguien gritó. Tras una pila de escombros habían hallado un charco de sangre, signos de lucha en derredor e indicios que llevaban a pensar que un cuerpo había sido arrastrado mientras se desangraba.

 

El desconocido se encaminó hacia allí seguido de cerca por su vigilante.

 

Dobló la esquina de aquel montículo de basura y observó sorprendido el espectáculo.

 

Dos personas habían luchado allí o, al menos, una de ellas había cortado con algo afilado a la otra, que, a juzgar por la cantidad de sangre vertida, debía haber sido degollada. 

 

Pitu se acercó dando grandes zancadas.

 

"Tú, miserable, ¿qué has hecho con nuestro colega?"

-escupió al desconocido y sin esperar respuesta le golpeó el estómago con fuerza.

 

El desconocido se dobló hacia delante cegado por el dolor y la falta de respiración.

 

Un hondo silbido salió de su garganta mientras intentaba incorporarse, levantó unos centímetros la vista y miró impasible a su interlocutor.

 

"Es evidente por qué eres tú el líder, tu inteligencia supera ampliamente la de tus hombres..." -comenzó a decir.

 

"¿Me estás vacilando? Porque si intentas hacerme la pelota lo tienes crudo..." -Interrumpió Pitu.

 

"No hombre" -repuso el desconocido recuperando poco a poco la verticalidad- "está claro que he sido yo quien ha masacrado a vuestro amigo, y tu superior intelecto lo ha descubierto, porque sólo tú has adivinado donde he encontrado el agua necesaria para limpiarme las manos ya que con ellas le he degollado,  ¿no?. -dijo con un encogimiento de hombros mientras mostraba las palmas de las manos hacia arriba, sucias y callosas, pero sin manchas de sangre.

 

Pitu dudó un segundo frunciendo el ceño. ¿Y si fuera cierto? Al menos parecía estar en lo correcto. La lucha debería haber dejado restos de sangre en él y no los veía por ninguna parte. Y la botella de agua que portaba estaba casi intacta como vio en el zurrón del desconocido.

 

¿Y si este tipo realmente no hubiera tenido nada que ver con la desaparición de su subordinado...?

 

Sacudiendo la cabeza con incredulidad se volvió y ordenó al resto del grupo que batieran los alrededores. Podían perder un par de horas y estaba sumamente preocupado por todo esto.

 

El resto de bandas, la hermandad y los salteadores eran ya demasiado para aquel pequeño grupo como para tener que afrontar también el peligro de un asaltante nocturno, incontrolado y letal.

 

Unos minutos después alguien daba la voz de alarma. El rastro de sangre interrumpido podía retomarse unos metros más allá, en otra dirección, y conducía a una boca de metro sucia y ruinosa.

 

El grupo se congregó alrededor. El nombre de la estación era indescifrable. El polvo que cubría los alrededores parecía haber sido removido. Alguien, definitivamente había ocultado allí el cuerpo de aquel desgraciado. Unas leves marcas de sangre así parecían confirmarlo.

 

Dos de los krusties empezaron a bajar siguiendo las instrucciones del jefe. Desaparecieron en la oscuridad y unos segundos después salieron excitados pidiendo una linterna y pilas. Habían visto un montículo sospechoso en una de las esquinas del corredor al que llevaban las escaleras.

 

Armados con ella y sus palos bajaron.

 

Unos minutos después un ruido ensordecedor salió del agujero. Varios krusties se abalanzaron escaleras abajo pero no pudieron ver nada. Una nube de polvo y escombros emergió cubriendo el pasillo. Al fondo, donde podía estar el cuerpo, un derrumbe había sepultado a sus dos compañeros.

 

"¡Era una trampa!" -gruñó Pitu girándose al desconocido. -Si has tenido algo que ver o descubro que alguien te está ayudando puedes ir preparándote. -Dijo antes de ordenar que levantaran el campamento para reanudar la marcha.

 

 

El sol en lo alto les miraba indiferente al proseguir el camino.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

XV

 

 

"Hombre, pero si es mi querido y sucio amigo, el fenicio mercader de basura... ¿Qué te trae por aquí...? Espera un momento, ponte a la luz... ¿Qué cojones te ha pasado en la cabeza?"

 

"De eso venía a hablarte Archi, y yo también me alegro de verte curilla mariconazo..."

 

"Al grano basurilla..."

 

"¿Recuerdas aquellas dos pequeñas ballestas gemelas que te traje? ¿Las del estuche de cuero y los virotes de titanio...?"

 

"Si, si las recuerdo, aún las uso de vez en cuando para practicar tiro, son dos máquinas realmente magníficas, si, pero..."

 

"¿Y recuerdas aquella catana que te conseguí, la de la empuñadura del dragón...?"

 

"Si, cierto, muy buena espada, no tengo pajolera idea de usarla como es debido pero es verdad que colgada queda chula, chula..."

 

"¿Y recuerdas aquella pulsera de oro que te conseguí? ¿La que regalaste a la Gran Sacerdotisa? ¿La de los zafiros y...?"

 

"Si, si ¡SI COJONES! la recuerdo. Como no me digas de qué va esto te sacudo, o peor, te retiro la licencia de mercader una semana..."

 

"Hombre, no hay que ponerse así, además todo esto que te cuento es imprescindible para que sepas lo que ha pasado. Estas cosas que te comentaba y otras que no te diré para abreviar me las consiguió un tipo. Creo que no te he hablado de él, no sé cómo se llama pero tiene estilo para saquear el hijoputa..."

 

"¿Yyyyy...?"

 

"Pues resulta que este elemento me lió con un supuesto cargamento exclusivo de latas de atún que después estaba bastante podrido, por decirlo suavemente. El muy bastardo se las arregló para que le pagará la mitad por adelantado y no volví a tener noticias de él..."

 

"Me aburroooooo..."

 

"Okokok, voy, mira, hace unos días me dejó una nota donde el 'Charrica' para que nos viéramos allí, que tenía algo para pagarme lo de las latas y un negocio muuuy jugoso..."

 

"Me va gustando, continúa..."

 

"Al día siguiente nos vimos y me dio esto." -Dijo mientras sacaba el tarro de cristal.

 

"¿Y eso qué mierda es? ¿Yeso?"

 

"Eso mismo dije yo. No, Archi, no, mucho mejor, es azúcar. ¡PURO!"

 

"¡Estás de guasa, dame!" -Dijo arrebatándole el tarro de la mano.- "Joder, es cierto. ¿Y tiene más?"

 

"Eso dije yo también. Quedamos al día siguiente para trocar más azúcar. Necesitaba cierto equipo, como si fuera a marcharse de viaje; cantimplora, brújula, antibióticos, comida, yo que sé, una lista enorme..."

 

"Y entonceeees..."- Empezaba a irritarle profundamente la locuacidad del mugriento.

 

"Bueno, ya me conoces, yo pensé en hacerme con todo, contraté dos hombres, peones libres, buenos tipos, rudos, curtidos..."

 

"Y resulta que..."

 

"Bueno, pues resulta que el jodido saqueador es una PUTA máquina de matar. Joder, tendrías que haberlo visto, como un profesional, dos golpes a cada uno y   ¡zas! Si incluso los remató delante de mí. Estaba totalmente acojonado..."

 

"Espera, espera, espera. A ver si me he enterado bien. ¿Me estás diciendo que tendiste una emboscada a uno de los mejores buscadores que tenias, te salió el tiro por la culata, mataron a tus hombres y te robaron...?"

 

"Efectivamente."

 

"¿Y por qué te perdonó la vida?"

 

"Ahí viene lo bueno, por eso pienso lo del viaje; con todo lo que me birló y perdonándome la vida, ese tipo no tiene intención de volver por aquí, Archi. Tenemos que cazarlo y yo sé donde..."

 

"¿Tenemos? ¿Quién? ¿Tú y yo?"

 

"Claro, hombre, como en los viejos tiempos!"

 

"Los viejos tiempos ¿eh? claro, claro. A ver, dime ¿Por qué crees que podremos cazarlo?"

 

"Porque sé dónde ha ido ¡Joder, Archi...!"

 

El mugriento empezó a narrar la historia de la armería mientras a su interlocutor le brillaban cada vez más los ojos...

 

 

 

(Continuará)

 

 

 

 

 

 

 

 

XVI

 

Despertó durante la noche. Tenía la boca seca, la herida le dolía y le ardía la frente.

 

"Con toda seguridad ha debido infectarse..." -se dijo el desconocido.

 

Habían tenido un día agotador.

 

Atravesaron los últimos restos del extrarradio de la ciudad para internarse en ella. Cruzaron barrios y polígonos alejándose de la autovía cuando era necesario. Bordearon un gran cruce que se había convertido en una gigantesca montonera de chatarra y se prepararon para pasar la noche en las ruinas de un viejo hotel requemado. Junto a ellos, el esqueleto saqueado de unos grandes almacenes.

 

Una enorme explanada languidecía al atardecer.

 

Allí, cerca del puente que cruzaba el antiguo cauce del río, acamparon.

 

La jornada había sido tensa. Apenas le dirigieron la palabra y notaba en sus recelosas miradas como seguían viéndole como el único culpable de lo ocurrido.

 

De alguna manera, parecían pensar, había matado a su compañero, se había limpiado para no despertar sospechas y preparado la trampa que había terminado con otros dos de sus secuaces.

 

Sabía que aquello no iba a terminar bien. Acababan de entrar en la ciudad y ahora las condiciones del viaje iban a endurecerse.

 

Aquello no podía terminar bien.

 

Parpadeó en la oscuridad y alcanzó a ver las brasas del pequeño fuego que habían encendido sus captores. Poco a poco distinguió la forma durmiente de uno de ellos y a su lado, mirándolo fijamente, el otro, que no perdía detalle de todo cuanto hacía.

 

Tomó un poco de agua y se la ofreció a su guardián que rehusó sin dejar de mirarlo.

 

"Necesito mear" -le dijo- "¿Cómo hago...?

 

"No te alejes mucho" -contestó el krustie mientras se levantaba enarbolando su estaca.

 

"El Desconocido" se acercó a una de las paredes del vecino edificio y junto a la esquina se acodó para orinar.

 

Levantó la vista.

 

Paseó la mirada por los alrededores, tras la cantonada.

 

Una nubecilla de polvo se movía agitada por el viento nocturno. Una pila de escombros no muy lejos de allí. Los restos de un vehículo estampado en un kiosco, deshechos abandonados del centro comercial, carros herrumbrosos de la compra, la mayoría de ellos sin ruedas, formando un oxidado montículo...

 

De pronto algo le sorprendió. Ante él, recortándose en la pálida luz de la luna, vio un bulto que no pudo identificar.

 

"Algún tipo de efecto óptico causado por la fiebre, el cansancio, el sueño..." -reflexionó distraídamente-.

 

Terminó de mear y cuando estaba a punto de volver "el efecto" pareció cobrar vida y empezar a moverse.

 

Una figura claramente humana se incorporó.

 

Un extraña luz ardía donde debían estar los ojos de aquella silueta.

 

Un fuego que le miraba directamente.

 

Una luz que le atravesaba.

 

"Un krustie, sin lugar a dudas." -pensó mientras se preparaba para dar la alerta, lo último que quería ahora era verse envuelto en una guerra de bandas en la que cada una de ellas pensara que trabajaba para la otra.

 

Sin embargo algo le detuvo.

 

"Demasiado flaco, demasiado frágil..."

 

"¿Demasiado joven, quizá?" - pensó sin dejar de mirarlo .

 

Había algo aún más extraño en esa figura. Algo que no podía concretar.

 

Algo sumamente extraño.

 

De repente la sombra había desaparecido sin dejar rastro ni hacer ruido.

 

Pestañeó sorprendido y recorrió la mirada por los alrededores mientras volvía una y otra vez al lugar inicial.

 

Ni rastro del visitante.

 

Volvió junto a sus captores.

 

Debatiéndose entre estos y otros pensamientos trató de dormir.

 

Fue imposible.

 

No dejaba de darle vueltas a lo sucedido hasta que al fin reparó en aquel extraño detalle que le inquietaba.

 

No había visto un krustie sin barba en toda su vida...

 

 

 

(Continuará)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

XVII

 

 

 

Archimandrita observó a su "amigo" mientras se alejaba.

 

"¡Qué huevos tiene el mugriento de los cojones!" -pensó para sí -"...si no fuera la rata malnacida que es..."

 

Evaluó con rapidez la situación. La posibilidad de incrementar las existencias de armas y munición tenía máxima prioridad, por encima incluso de la búsqueda de alimentos o medicinas.

 

Llevaban una "larga" temporada de tranquilidad con "Bastión" y prácticamente habían acabado con los krusties, pero aun así sabía que no podía confiar un ápice en los primeros ni dar por terminados a los segundos, que, lejos de desaparecer, habían acabado integrándose en tres grandes tribus de diferente éxito y poder de acción.

 

Si, necesitaban las armas, y, más incluso, la munición.

 

Salió del salón principal y bajó al patio interior. Allí bordeó el Sancta Sanctorum al que sólo él, sus dos acólitos más fieles y los eunucos podían acceder y, dirigiendo una mirada recelosa a las ventanas del aposento de la Sacerdotisa, entró en el cuartel de la guardia.

 

Un devastado edificio de dos alturas que había sido reformado con más buena intención que saber hacer.

 

Allí se alojaban los miembros del "ejército privado" de la Hermandad y se guardaba parte del material bélico que usaban.

 

Al pasar, varios de los guardas más cercanos dieron un respingo y se alinearon apresuradamente mientras uno de los mandos intermedios corría a buscar al capitán.

 

Una vez formados paseó la mirada por ellos aún enfrascado en sus pensamientos.

 

El capitán esperaba sus órdenes, tieso como un palo.

 

Al fin, levantó la vista.

 

"Yoni, sígueme, tenemos algo de qué hablar..." -dijo como distraído y se encaminó hacia una habitación que había al fondo de la estancia.

 

Allí les esperaba una mesa de bella factura completamente destrozada por el tiempo y dos ruinosas sillas que apenas se tenían en pie.

 

En una de ellas se sentó "Archi" al tiempo que le indicaba con una inclinación de cabeza a su "segundo" que le imitara.

 

"Bueno Yoni, parece que nos sonríe la suerte..." -empezó "Archi".

 

"No le entiendo, señor, llevamos una buena racha y hacemos bien las cosas..." -le respondió con respeto "Yoni"

 

"No te falta razón, no, la suerte es del que se la trabaja" -concedió "Archi". -"Pero tú sabes tan bien como yo que no podemos dormirnos. Bastión sigue ahí fuera, 'Argolla' como sabes, no es un problema, pero 'Garra y Clavo' si lo son. Y no quiero ni pensar que ocurriría si se unieran..."

 

"Aguantaríamos señor, estamos preparados y hemos sobrevivido a peores situaciones..." -interrumpió el capitán.

 

"Puede ser, puede ser... No son un problema grave ni tan siquiera unidas, pero ¿cuánto crees que tardaría atacar Bastión si sabe que hemos resistido a duras penas un ataque conjunto de los Krusties...? ...Y te aseguro que si vienen en esas condiciones van a venir todos y con todo, armamento pesado incluido y sabes también como yo que lo tienen y en perfecto estado de uso..."

 

"Señor, con su permiso, si vienen con armamento pesado, no resistiríamos ni quince minutos con nuestro equipamiento y más si estamos debilitados por un ataque previo..." -repuso con precaución su interlocutor.

 

"Efectivamente Yoni, a eso me refiero, necesitamos más munición y armas de fuego y aún así es altamente probable que con eso no tengamos suficiente" -dijo Archi.

 

"¿En qué está pensando exactamente, señor?" -inquirió el capitán.

 

"Mira, el mugriento sabe donde hay una armería intacta en la ciudad, anda persiguiendo a un saqueador que le ha estafado. Tenéis que perseguirlo, haceros con todo el material que podáis y ocultar en lugar seguro lo que no... Lo mejor será que os lo llevéis con vosotros, está armado y muy cabreado."

 

"¿No nos traerá problemas, señor?"

 

"No, y si os los da ya sabéis lo que hacer, además el mugri lleva tiempo tocándome los cojones. Nadie aquí le echará de menos..."

 

"Muy bien, señor..."

 

"Una cosa si te digo, tened mucho cuidado con el saqueador, ya os contará los detalles el mugriento pero contrató a dos tíos para ponerlo fuera de juego y los que terminaron jodidos fueron ellos, y él con una brecha en la cabeza..."

 

"¿Él? ¿Quién? ¿el saqueador...?"

 

"Nooo, el mugriento. El saqueador ha salido de esto limpio de polvo y paja..."

 
 


1 comentario:

  1. para cuando la continuación?me ha encantado..deberias escribir más cosas..:D

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